Un Niño razonable y un adulto con Asombro.
- Champi Editorial
- 25 may
- 2 Min. de lectura
Actualizado: hace 3 días
Me encanta trabajar y crear contenido para niños. Increíblemente, es una tarea que requiere mucha disciplina y cuidado. No tanto por los temas que se deben abordar, sino por la forma en que deben tratarse. He notado que muchas veces se evita tener conversaciones reales con los niños, o peor aún, se les habla como si no fueran capaces de razonar. Todo bajo la idea de que se está usando un “lenguaje apropiado” para ellos.
Desde mi experiencia, siempre he procurado hablarles con respeto e inteligencia, y me encanta hacerles preguntas que los hagan pensar y defender sus ideas.
Una de mis estrategias favoritas es contarles una charada y convencerlos de que es cierta, justificándome con una sonrisa diciendo: “Soy profesor, y los profesores no mienten”. A simple vista parece solo una broma, pero en realidad busco algo mucho más profundo: romper el paradigma de que los adultos, especialmente los profesores, siempre tienen la razón. Quiero que los niños me cuestionen, que duden, que piensen críticamente.

Lo más curioso es que tanto los niños como los adultos reaccionan con extrañeza ante esta dinámica. Los adultos suelen reír o asumir que no hay ningún propósito en lo que hago. Pero sí lo hay. De hecho, creo que lo que realmente les sorprende no es el juego en sí, ni las preguntas, sino el hecho de que trato al niño como a un igual. Como alguien con quien puedo tener una conversación genuina.
En contraparte, los adultos también cargan con el paradigma de ser “serios”, lo que los lleva a pensar que no se puede jugar o que no todo es apropiado. Esto les hace perder algo tan valioso como la capacidad de sorprenderse. ¡Ishhh! Entonces, uno los ve en las actividades diseñadas para niños: muy interesados, pero distantes. A veces incluso comienzan a “ayudar” al niño y terminan haciendo ellos mismos las actividades, mostrándolas como si fueran del niño. Esto conlleva varias consecuencias negativas. Por un lado, impiden que el niño realice su actividad de manera libre, enviándole un mensaje poco alentador: “tú no puedes”. Y por otro, el adulto tampoco participa de forma genuina.
Lo que yo suelo hacer en estos casos es entregarles materiales a los adultos, asignarles un lugar y permitirles participar activamente en la actividad. He visto cómo tanto el niño como el adulto disfrutan del proceso y crean un ambiente de camaradería. Curiosamente, esto es precisamente lo que se busca cuando se trabaja con contenido literario para niños: que sea compartido en familia.
Por supuesto, es importante recordar que el contenido infantil no está dirigido solo a los niños, sino también a los adultos, ya que son ellos quienes deciden lo mejor para los menores. Además, dicho contenido no debe subestimar a los niños, sino ofrecerles materiales razonables que los ayuden a reflexionar, cuestionar y desarrollar un pensamiento crítico.
Por está razón, en la Editorial Champi buscamos tener contenidos literarios dirigidos no solo para los niños sino para compartir en familia, descubriendo el asombro y la magia de lo simple, a través de la tradición de contar historias.
Christian Yesid Polanía Cuervo




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